viernes, 7 de diciembre de 2018

CUANDO LA SIERRA HERVÍA DE GENTE

CUANDO LA SIERRA HERVÍA DE GENTE......

historias del pastor de la Espinea

"Y contaban los viejos que en la cueva que hay un poco antes de llegar al collado del Cabeza de la Mora se encontraron "cosas", tesoros de los moros decían algunos o de más antiguo quizás. El caso es que una vez vinieron unas personas hace muchos años y se llevaron esas cosas. Estuvieron excavando, sacando tierra, echando fotos y se fueron. De niño nos contaron esas historias y siempre hemos creído que allí estuvieron los moros."      

Ahora es simplemente un aprisco, un refugio para el ganado, y aquellas tierras que removieron hace mucho años, están ahora sepultadas bajo un manto de estiércol de ovejas.

Salimos una mañana de otoño de Parolix para remontar el arroyo de la Espinea por un sendero volado que siempre nos ha gustado. Sensación de soledad absoluta y un abismo hacia nuestra derecha que corta el aliento.

REPISA SOBRE EL ARROYO DE LA ESPINEA







Antes de llegar a ese cortado, nos sorprendió un cortijo, el de Arroyo Seco o Royo Seco. Un viejo nogal, un horno moruno, una era, una puerta entreabierta, una chimenea derruida que dejo de calentar hace muchos años; vasos, ollas y cacerolas por los suelos... y restos de un viejo tendido eléctrico.

CORTIJO DE ROYO SECO





¿Y como que había luz por aquí?- Le preguntaba yo al pastor. Me imaginaba una línea de postes que venía de lejos, desde algún punto, al estilo del que hay en las aldeas abandonadas de los Centenares y el Mirabete en la zona de Pontones.

"Pues no. En aquellos años trajeron unas máquinas o algo así y las colocaban en el cauce de los arroyos. Aquí se ponían en la Espinea. Funcionaban y hacían luz. Cada cortijo tenía una o se agrupaban algunos para compartir una máquina de esas. Era un auténtico ingenio."  





Después de visitar el cortijo y de pasar la repisa sobre el arroyo de la Espinea llegamos a un extensa planicie donde se nos aparecen multitud de cortijos a uno y otro lado del arroyo. Estamos en el inicio de los Huecos de Bañares y nos disponemos ahora a subir por los campos abandonados camino de la Cabeza la Mora. Me sorprende una encina cargada de "racimos de uva".





"Aquí se plantaban muchas hortalizas. Bancales de lentejas y habichuelas; también se plantaban patatas, se ponían tomates. Mucho trigo. Ahora hay muchos pinos pero antes no había ni la mitad. La gente trabajaba para comer y es lo que había."

Ahora solo hay hierba, cardos, algún níscalo y setas  de este otoño lluvioso, nogales abandonados. Los parrales se confunden con los arboles que les rodean. Crecen de forma selvática. Caen los racimos como lágrimas por las ramas de las encinas y de los nogales.

Mientras me quedo mirando las uvas, un pastor nos sorprende.

 - Buenos días ¿como va el día? - Le pregunto con educación pensando en que tal vez estamos husmeando por sus terrenos.
 - Bien, bien. Pues por aquí. Voy para arriba, para ver como tengo el ganado. Mañana me han dicho que hay una montería de jabalí y quiero tener controlado el rebaño; por si acaso, digo yo.
 - Pues nosotros vamos también para arriba. Para la Cabeza de la Mora, pero sin llegar a ella. En el collado nos bajaremos en busca de nuevo de Parolix. De allí venimos. A ver si acertamos.
 - Y por donde habéis venido - me pregunta el pastor intrigado.
 - Pues por una senda que va por encima de la Espinea hasta el Cortijo de Royo Seco y después por la repisa.
 - Vaya. Pues no conozco esa senda desde Parolix. Iré un día por allí para buscarla. Pero os puedo acompañar para arriba si queréis, sin ningún compromiso, si os apetece claro - nos dice el pastor
 - Pues vale. Seguro que aprendemos cosas. - Tampoco iba a decir que no, desde luego.

Y así, poco a poco, empezamos a subir camino del Cortijo de las Lagunillas, junto a las impresionantes paredes del Loma Rasa. Bajo la tamizada luz que filtraban las hojas amarillentas de viejos nogales comenzamos a hablar de como era la vida de estas gentes; de como podían llegar a tener luz, de como cultivar lo indispensable para poder comer, en definitiva de como vivir.

PAREDES DEL LOMA RASA



CORTIJO DE LAS LAGUNILLAS



"Pues el cortijo de las Lagunillas era de unos parientes míos. Me contó mi tío una vez que en tiempos de guerra, estaban atendiendo el parto de una de las vacas. Se hizo de noche y la vaca no paría. Venga y venga a tirar y no salía el cherro. Cansados se fueron a dormir pensando en que moriría la vaca del mal parto que venía. Al levantarse al día siguiente, fueron a las cuadras y no estaba ni la vaca ni el cherro. Salieron fuera y a unos pocos metros la vieron totalmente abierta en canal. A los pocos días se enteró de que en esa noche pasaron una cuadrilla de rojos, de esos que iban quemando iglesias; se llevaron el choto recién nacido. Te lo cuento porque tanto los unos como los otros hicieron mucho daño, no unos más que los otros como ahora salen diciendo por la tele de que buenos eran unos y que malos los otros"

El pastor me contaba esa historia de la sus antepasados durante la Guerra Civil. Yo le decía que en una guerra no hay ni buenos ni malos. Seguramente tendría algo clavado en el alma. Quien sabe.

"Y es que por aquí vivía mucha gente. Más de la que te imaginas. Todos los cortijos estaban habitados. Siempre había una mujer que hacia de matrona y que se encargaba de los partos de todas las mujeres de la zona. Porque aquí se paría en los cortijos, como las vacas y las ovejas. Y menos una mujer que al final se murió durante el parto pero la hija que tuvo no; yo no recuerdo en sesenta años a nadie que se muriera por esa razón".

- ¿Y cuando la gente se ponía mala, que hacíais?

"Pues a lomos de una caballeriza y para Yeste o para Segura de la Sierra. Habían malos caminos y carreteras y muy pocos coches"

VIEJO COCHE EN EL CORTIJO DE LA CABEZA DE LA MORA



Subíamos bajo las sombras de los chopos y nogales en busca del camino real. Así lo llamaba el pastor. El año pasado anduvimos por aquí y nos fuimos hacia las paredes del Loma Rasa para ir remontando la pendiente. Esta vez íbamos en busca de una vieja vereda semiperdida, desaparecida en muchos tramos entre zarzales y arbustos. Un viejo camino que de forma elegante nos llevaba ahora camino del collado.

"En este llano que hay aquí, nos juntábamos todos los críos de los cortijos para pasar el rato. Era nuestra diversión. Algunos traían algunos animales. Otros traían cigarros y nos entreteníamos fumando y hablando hasta que se hacía de noche. Los mas mayores contaban los días que le faltaban para ir a la mili. Sería la primera vez que saldrían de estos contornos de verdad y no solo a Yeste o a Santiago de la Espada que era lo más lejos que habían salido de sus casas."

Íbamos cogiendo altura poco a poco hasta que llegamos a un hito de piedras donde todavía quedaban restos de la mampostería que sostenía algunos de los pasos que hacía por aquí la vereda.

"Esto no es un hito. Es una marca de linde de tierras. De aquí para abajo y luego hacia allá, es mío. Yo llego hasta la Cabeza de la Mora, hasta la cruz que hay arriba. Todo eso son terrenos míos y con escrituras. Y los restos que hay aquí de la senda los reparamos mi hermano, un vecino y yo hace ya años; porque la Junta de Andalucía daba dinero para reparar antiguas veredas pero ya no y es una lástima. Además, hubo una vez una boda muy importante en uno de los cortijos hace muchos años. Trajeron cerveza y vino y muchas bebidas y comida desde la cortijada de Besiges que está más cerca de la carretera. Los llevaron a los Huecos de Bañares con muchas caballerizas. Una reata enorme de animales que se cargaron toda la senda".

CORTIJO DE LA CABEZA DE LA MORA





Quedaba ya poco para llegar al collado, donde nuestros caminos se separaban. Al poco pasamos por la Cueva de la Mora donde una osamenta de alguna oveja muerta guardaba la entrada al ahora convertido redil. 

"En este aprisco me he cobijado muchas veces cuando había tormenta. Dicen que aquí se encontró un tesoro que se llevaron hace muchos años. Y el Collado de ahí arriba me ha costado pasarlo en invierno ya que ha habido veces que el viento y el frío era tan fuerte que te tiraba para atrás. Ahora que en verano, sino quieres refrescarte, súbete aquí y verás."

Al final llegamos al collado. Una ligera brisa helada impropia de este raro mes de octubre me daba en la cara. Mientras mirábamos el imponente paisaje que nos rodeaba, el pastor, con esa mirada de lince que esta gente tiene de manera innata, localizaba su rebaño en las faldas de la Cabeza de la Mora. Pero también unos caballos que habían en la cima del Loma Rasa y que eran de un vecino de Parolix y un ciervo, que solo veía él porque yo no llegué a verlo, en un raspa que había enfrente de nosotros.
Y con esa misma agilidad que tenía en la mirada, salió raudo como el viento, loma arriba en busca de su rebaño no sin antes despedirnos con un fuerte apretón de manos y con la promesa de que volveríamos a vernos para seguir charlando de viejos tesoros de moros y de viejas historias.




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